Ha pasado una semana desde que las urnas en Cataluña dictaron sentencia en contra de Montilla. Sólo una semana, ¿eh? Porque entre goleadas, controladores y mercados, parece que las elecciones catalanas fueron hace meses, ¿verdad? Al menos esa sensación en lo personal tengo.
Y no me resisto a hacer mi pequeño análisis del resultado de un juicio que nunca tuvo abogado defensor, (tanto Montilla, como todos sus socios del tripartito se daban, incomprensiblemente por condenados desde que les llegó la citación).
Al final, una incontestable victoria de Convergencia, que promete ser el inicio de un ciclo similar al del pujolismo, que tiene que se interpreta con las siguientes claves:
La primera es que, como siempre pasa con los partidos de derecha, aunque sea la derecha nacionalista, la corrupción no les pasa factura alguna. Ha sido incesante el goteo de casos de corrupción con los que estas dos legislaturas, el levantamiento de alfombras ha ido salpicando, que ha pasado ampliamente desapercibido para el electorado.
La segunda es que el tripartito, en una segunda legislatura mucho menos convulsa que la anterior, ha sido incapaz de poner en valor los logros en autogobierno y los avances de las políticas sociales, que a mi modo de ver son evidentes.
Pero sin duda, la más preocupante, es que la sociedad, de un modo equivocado, ha decidido que es la derecha la que tiene que sacar, con su política, la misma que ha creado esta situación mundial, las castañas del pueblo del fuego de la crisis. Tan difícilmente explicable como real.
Y por último, si una enseñanza han dejado las elecciones catalanas, leyendo entre líneas, es que no son tiempos para la tibieza. Los discursos menos moderados, los discursos más agresivos, como la campaña anti inmigración del PP, o los discursos ultra independentistas como los de Laporta, son los premiados. De hecho hasta ERC ha pagado su tibieza independentista, ¡quién se lo iba a decir a ellos!
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