viernes, enero 04, 2013

Sí, daos cuenta, ¡estamos en guerra!.

Desde hace unos meses, y aunque lo haya hecho sin hablar mucho en este altavoz, he dicho muchas veces que estamos en guerra.

Ayer se lo oí a alguien y como no podía ser de otro modo, pasó prácticamente desapercibido. Ayer, José Sacristán aprovechó la oportunidad que le daba el periodismo para hacer unas declaraciones por la presentación de su película “El muerto y ser feliz”, para intentar, seguro que de modo vacuo, abrir los ojos a la población, coincidiendo conmigo (valga la arrogancia).

Cuando cada mañana vamos a trabajar, pensando que somos unos afortunados, como los que se levantaban después de un bombardeo nazi en algún pueblo de Inglaterra, sintiéndose vivos, nos equivocamos.

El mundo, nos cuenten lo que nos cuenten, os cuenten lo que os cuenten, no puede ser un paraíso de infinito crecimiento económico. Los recursos, incluso los económicos, son finitos y no se crean, solo cambian de manos. Éste es el único motivo de esta guerra. No es una guerra entre estados, es una guerra entre clases, es una guerra fratricida entre nacionalidades, entre vecinos, entre ciudadanos bajo la misma bandera, porque los bandos son las clases. Esas que ya definió Marx hace un par de siglos y eso es lo que hace que algunos tengan difuminados los bandos. Por eso, es hasta obsceno, sentir la alegría de no verse afectado por la muerte de los compañeros, en vez de ir a luchar como harían ellos, para vengar su memoria.

El capital creó varias burbujas, y no hablo de la inmobiliaria que es una burbuja de segundo orden, sino que creó varios globos financieros desde el depósito de jabón que es el capitalismo y los alimentó, y nos hizo creer en la permeabilidad de la barrera de clases, e hizo pensar que muchos podían cambiar de bando, hasta que les pareció suficiente.

Entonces, la clase trabajadora, o mejor dicho la no dominante, para no usar terminología que pueda tacharse como anacrónica, está siendo golpeada por deudas adquiridas tanto públicas como privadas y por un constante decrecimiento de sus pertenencias, bien sean económicas, materiales o legislativas.

Pero la guerra es así, y si hemos sido capaces de tragarnos sin rechistar el Caballo de Troya del capitalismo mal entendido, es hora de despertar, de no pensar que se pueda cambiar de bando, de identificar quienes son realmente nuestros compañeros en el campo de batalla, de no dejarnos convencer por la propaganda que a modo de octavillas lanzadas al viento, nos golpea desde muchos medios de comunicación serviles.

Si no nos levantamos cada mañana con ganas de pelear, de recuperar lo que nos pertenece, o dado la situación de la contienda, de al menos mantener lo que teníamos ayer, perderemos. Pero es mejor perder muriendo todos, los que ya están muertos y los que aun dan gracias al sistema cada mañana porque no lo están. Cómo pelear… eso también me lo gustaría saber a mí.

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