El falso miedo a la deflación.
Hace un añito por estas fechas existía en la clase económica un enorme miedo a un excesivo incremento de la inflación. Entendidos, técnicos y políticos se dedicaban a criticar la política económica de los países de la UE en general y de España en particular, ajenos a la convulsión económica que con sigilo se cernía en el horizonte.
Un año después, la preocupación es justamente la contraria. La crisis y los elevados precios pretéritos del petróleo hacen que el miedo actual se centre sobre la ya real deflación.
La deflación, por definición, es la bajada generalizada del nivel de precios de bienes y servicios en una economía. Teóricamente se trata de una situación que está generada por una ausencia de demanda y un desinterés del consumidor sobre los productos ofertados.
Si se coge el libro más básico al respecto, dirá que la deflación es una situación tremendamente dañina y maligna para cualquier economía. Con los precios bajando, la demanda cae porque el consumidor no compra ante las expectativas de que todavía bajen más los precios. Y si los comerciantes no venden, además de aumentar el despido, se verán obligados a bajar más los precios siempre y cuando cubran costes. Esto acaba con la actividad cerrada y sin empleo.
La situación económica actual está, en todo, fuera de lo conocido y de lo teorizado por economistas durante siglos. En esto de los precios también.
Los motivos deflacionarios son absolutamente inusuales y la caída del precio de bienes que estaban desmesuradamente sobrevalorados no deja de ser la vuelta a la normalidad de elementos que eran una incorrección en el sistema, por eso las soluciones deben salirse de lo normal.
Afortunadamente, la realidad es que en este caso y aun saliéndose de los libros, la virulencia del efecto de la deflación va a ser mucho menos catastrófica. Esta vez el consumo volverá el solito a sus normales cauces, suerte que tiene la nueva ministra.
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