Hace una semana que El Aaiún se convirtió en un infierno, y no sólo por lo perverso, sino por lo desconocido.
Lo que era un grupo de desfavorecidos, solicitando derechos elementales como vivienda, trabajo y libertad para el pueblo saharaui, se ha convertido en el estandarte de la necesidad de un estatus para el Sahara Occidental. La mayor reivindicación de un pueblo en busca de su libertad y sus derechos.
Así lo ha querido la pseudodemocracia marroquí. El modo autoritario y bárbaro que el Gobierno marroquí utilizó para desmantelar el campamento hizo que el resto de la población de la antigua colonia española saliese a la calle y el conflicto se extendiese por toda la ciudad, que se convirtiese en una lucha casa a casa e incluso que Marruecos comenzase a proveer de armas a sus colonos.
Ahora toca analizar, con siete días de perspectiva, la postura internacional y la española con respecto a este conflicto. Y para analizar esto, es necesario señalar lo paradójico de esta situación, en relación con el resto del panorama internacional. Si los países menos potentes son doblegados, incluso mediante la ocupación, por fuerzas salvadoras internacionales, ¿Qué extraño derecho posee el reino alauí? ¿Qué diferencia hay entre Kosovo y el Sahara? ¿Hacen falta centenares de cadáveres para percatarnos de lo absurdo e injusto de la situación?
La pena es que el Gobierno español no puede salirse un ápice del pensamiento único internacional, eso es una auténtica pena, un descrédito ideológico y una demostración flagrante de tener las manos atadas en otro tema crucial más.
Pero lo más triste es que el problema ideológico no es el más grave, el mayor de los problemas lo tiene cada uno de los ciudadanos que viven en ese territorio, que se encuentran en el incómodo limbo de la legislación internacional, oprimidos por un régimen que “descuida” los derechos humanos y que al que se le permite cuantas tropelías se le ocurran contra el pueblo saharaui.
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