Las tareas para septiembre, tienen muchos deberes catalanes. Y todos se han afanado en cumplir su misión. Empezaron los jueces con los registros a las sedes del partido y de la fundación de Convergencia, luego les siguieron los medios de comunicación nacionales que tienen que airear el manido tres por ciento como si tuviese denominación de origen catalán, como la butifarra, y hasta ex presidentes que desde su retiro actúan de oráculos para doctar en modo epistolar.
Es gracioso sin duda, oír hablar de ese tres por ciento a gente del Gobierno de España, cuando que seguro que sus empresarios afines dirán para sus adentros… “Ojalá la mía hubiera sido el tres por ciento”
Y lo escriben y lo cuentan y lo argumentan para Madrid y alrededores y piensan que todo ese ruido mediático, judicial y político va a condicionar a los catalanes, que están ante una oportunidad atípica de manifestarse prostituyendo la institución de su parlamento, porque no se les ofreció otra salida.
Seguro que desde su despacho en PRISA o desde su sede en Génova, alguien piensa que González mueve hordas de catalanes cuando escribe sus cartas en El País, o que cuando habla Cospedal en un mitin sobre Cataluña, los cimientos de la Sagrada Familia tiemblan. No amigos, no es así. El “autoconvencimiento” del resto de España sobre lo malos que son los catalanes no es el camino para tender ningún puente de convivencia con una sociedad que tiene una mayoría, grande o pequeña, ya lo veremos en dos semanas, que desea separarse del estado español.
Lo peor es que ya no hay mucho que hacer más que esperar. El tiempo de las políticas inteligentes, de diálogo, de afrontar seriamente que la mayoría de los catalanes no se sienten cómodos en España, ya ha pasado. A quien le correspondiese, entiendo que al Gobierno, se le ha ido acabando el tiempo sumido en un silencio lleno de miedo que le ha llevado a buscar refugio en palabras altisonantes, amenazas y flotadores judiciales.
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