Por la separación real de poderes.
“Roguemos al Señor. Te rogamos óyenos”. Creo que es la única fórmula que me queda para que este Estado consiga comprender lo que es la separación de poderes.
Creo que no debe ser una cosa tan complicada cuando el gran descubrimiento nació hace ya casi tres siglos. No existía ni el coche, ni el sufragio universal, ni los ordenadores... pero ya había gente que tenía claro que la mejor vía para el correcto funcionamiento de un Estado es la capacidad del mismo de separar los poderes e independizarlos, respetándose mutuamente.
En el siglo XXI hemos perdido el norte de tal modo que la brújula de la independencia de poderes no es que no apunte al norte sino que no la encontramos..
Recordando textualmente a Montesquieu, hay que recordar que en “cada Estado existen (o deberían existir) tres clases de poderes: el poder legislativo, el poder ejecutivo de los asuntos que dependen del derecho de gentes y el “poder ejecutivo de los que dependen del derecho civil”. Por el poder legislativo, el príncipe, o el magistrado, promulga leyes para cierto tiempo o para siempre, y enmienda o deroga las existentes. Por el segundo poder, dispone de la guerra y de la paz, envía o recibe embajadores, establece la seguridad, previene las invasiones. Por el tercero, castiga los delitos o juzga las diferencias entre particulares. Llamaremos a éste poder judicial, y al otro, simplemente, poder ejecutivo del Estado”.
Dejando de lado este giro semántico que se permite el traductor de Montesquieu llamando al poder judicial como el “ejecutivo de los que dependen del Derecho Civil” (y que igual es el culpable de la confusión), entendemos los hombres de bien, siendo autocomplaciente, que para que exista la libertad es necesario que el Gobierno sea tal que ningún ciudadano pueda temer nada de otro. Cuando el poder legislativo está unido al poder ejecutivo no hay libertad porque se puede temer que el Parlamento promulguen leyes tiránicas para hacerlas cumplir tiránicamente.
Menos existe la libertad si el poder judicial no está separado del legislativo ni del ejecutivo. Pero digo más, aun es peor la situación si el poder judicial se encuentra unido a la oposición. Del razonamiento de Montesquieu la frase más lapidaria es la siguiente: “Todo estaría perdido si el mismo hombre, el mismo cuerpo de personas principales, de los nobles o del pueblo, ejerciera los tres poderes: el de hacer las leyes, el de ejecutar las resoluciones públicas y el de juzgar los delitos o las diferencias entre particulares.”
Pero después de toda esta diatriba, quiero dejar clara la conclusión de mi reflexión personal. La culpa de toda esta situación la tienen los mismos profesionales del Derecho. Ellos en un ejercicio de irresponsabilidad y de prevaricación han decidido dejar de lado la Justicia y apoyarse en la vida política para medrar. Dudo que haya ingenieros que en su trabajo se alineen como de la mayoría conservadora o progresista. Ni ingenieros, ni panaderos, ni arquitectos...
Ellos; los abogados, los jueces, los fiscales han decidido que enseñando el carné del partido es mucho más fácil encontrar una acomodada posición en la Magistratura. Una vergüenza.
Es una batalla perdida. Nunca, nunca, se va a recuperar la independencia del poder judicial hasta que los jueces no tengan la conciencia de la enorme importancia de su papel en la sociedad. La conciencia de eso se la pido a los profesionales del Derecho porque me parece inútil pedírsela a los partidos políticos.
Los partidos políticos no ven a los Magistrados más que como meros peones de sus intereses. Ellos tampoco ven la separación de poderes como algo vital para el buen desarrollo de una nación, y lo es, a fe que lo es.
Y quiero terminar repitiéndome. No se olvide que los que tienen sus fiscales, jueces y abogados repartidos en Asociaciones claramente compartimentadas según el color político son los profesionales de la Magistratura, que con cada alineamiento partidista están destrozando un poco más su propio prestigio, la capacidad de desarrollo igualitario del Estado y su independencia.
Una pena, pero simulando un proceso de “Big – Bang “ inverso, los poderes del Estado están cada vez más “juntitos”, los cuatro.
“Roguemos al Señor. Te rogamos óyenos”. Creo que es la única fórmula que me queda para que este Estado consiga comprender lo que es la separación de poderes.
Creo que no debe ser una cosa tan complicada cuando el gran descubrimiento nació hace ya casi tres siglos. No existía ni el coche, ni el sufragio universal, ni los ordenadores... pero ya había gente que tenía claro que la mejor vía para el correcto funcionamiento de un Estado es la capacidad del mismo de separar los poderes e independizarlos, respetándose mutuamente.
En el siglo XXI hemos perdido el norte de tal modo que la brújula de la independencia de poderes no es que no apunte al norte sino que no la encontramos..
Recordando textualmente a Montesquieu, hay que recordar que en “cada Estado existen (o deberían existir) tres clases de poderes: el poder legislativo, el poder ejecutivo de los asuntos que dependen del derecho de gentes y el “poder ejecutivo de los que dependen del derecho civil”. Por el poder legislativo, el príncipe, o el magistrado, promulga leyes para cierto tiempo o para siempre, y enmienda o deroga las existentes. Por el segundo poder, dispone de la guerra y de la paz, envía o recibe embajadores, establece la seguridad, previene las invasiones. Por el tercero, castiga los delitos o juzga las diferencias entre particulares. Llamaremos a éste poder judicial, y al otro, simplemente, poder ejecutivo del Estado”.
Dejando de lado este giro semántico que se permite el traductor de Montesquieu llamando al poder judicial como el “ejecutivo de los que dependen del Derecho Civil” (y que igual es el culpable de la confusión), entendemos los hombres de bien, siendo autocomplaciente, que para que exista la libertad es necesario que el Gobierno sea tal que ningún ciudadano pueda temer nada de otro. Cuando el poder legislativo está unido al poder ejecutivo no hay libertad porque se puede temer que el Parlamento promulguen leyes tiránicas para hacerlas cumplir tiránicamente.
Menos existe la libertad si el poder judicial no está separado del legislativo ni del ejecutivo. Pero digo más, aun es peor la situación si el poder judicial se encuentra unido a la oposición. Del razonamiento de Montesquieu la frase más lapidaria es la siguiente: “Todo estaría perdido si el mismo hombre, el mismo cuerpo de personas principales, de los nobles o del pueblo, ejerciera los tres poderes: el de hacer las leyes, el de ejecutar las resoluciones públicas y el de juzgar los delitos o las diferencias entre particulares.”
Pero después de toda esta diatriba, quiero dejar clara la conclusión de mi reflexión personal. La culpa de toda esta situación la tienen los mismos profesionales del Derecho. Ellos en un ejercicio de irresponsabilidad y de prevaricación han decidido dejar de lado la Justicia y apoyarse en la vida política para medrar. Dudo que haya ingenieros que en su trabajo se alineen como de la mayoría conservadora o progresista. Ni ingenieros, ni panaderos, ni arquitectos...
Ellos; los abogados, los jueces, los fiscales han decidido que enseñando el carné del partido es mucho más fácil encontrar una acomodada posición en la Magistratura. Una vergüenza.
Es una batalla perdida. Nunca, nunca, se va a recuperar la independencia del poder judicial hasta que los jueces no tengan la conciencia de la enorme importancia de su papel en la sociedad. La conciencia de eso se la pido a los profesionales del Derecho porque me parece inútil pedírsela a los partidos políticos.
Los partidos políticos no ven a los Magistrados más que como meros peones de sus intereses. Ellos tampoco ven la separación de poderes como algo vital para el buen desarrollo de una nación, y lo es, a fe que lo es.
Y quiero terminar repitiéndome. No se olvide que los que tienen sus fiscales, jueces y abogados repartidos en Asociaciones claramente compartimentadas según el color político son los profesionales de la Magistratura, que con cada alineamiento partidista están destrozando un poco más su propio prestigio, la capacidad de desarrollo igualitario del Estado y su independencia.
Una pena, pero simulando un proceso de “Big – Bang “ inverso, los poderes del Estado están cada vez más “juntitos”, los cuatro.
2 comentarios:
Hoy no puedo por menos de valorar positivamente tu amplia disertación de Derecho Político. Solamente quiero añadir tres matices. Uno, que Montesquieu no contaba quizás con el "cuarto poder", ya que en la actualidad la prensa es capaz de influir en los otros tres poderes de forma tan partidista que llega a anular su propia independencia.
Dos, que el esquema político de Montesquieu se completó con la teoría de Rouseau sobre la "voluntad general", único origen del poder legislativo.
Y tres, que el sistema político español actual establece que el ejecutivo emane del legislativo (investidura del Presidente). En otros Estados, el ejecutivo es elegido directamente por el pueblo. Cada uno de los modelos tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Pero es lo que hay.
Adelante con tus reflexiones de actualidad.
Open Field.
Open Field, muy enriquecedoras las aclaraciones. La "teoría sobre la voluntad general de Rousseau", no la conocía y a partir de tu comentario comencé a investigar al respecto. Ciertamente, es un complemento idoneo al desarrollo de la división de poderes de Montesquieu. De hecho comienza a matizarla de una forma mucho más realista.
Respecto a la primera de tus reflexiones, la prensa es un instrumento más del bipartidismo, que se manifiesta del mismo modo en los "cuatro poderes". No estoy muy de acuerdo en que la prensa influya la política porque soy más partidario de que la prensa es parte de la política y que sólo intenta influir a la opinión pública.
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