jueves, noviembre 29, 2007

Ojito con el sindicalismo español.

Es el sindicalismo uno de los puntos en los que más diverjo sobre las tesis del progresismo doctrinal, por lo menos dado lo que aprecio a mi alrededor.

El sindicalismo es quizá el movimiento obrero que más ha hecho por la calidad de vida de los trabajadores. Ha reducido sus jornadas, ha peleado contra sus despidos, ha conseguido beneficios económicos y sociales por encima de las siempre escasas pretensiones empresariales, pero en nuestros días está de capa caída.

Ahora, en un país de primera línea como el nuestro, su labor ha dejado de parecer importante, y en muchos casos la culpa es de los mismos sindicalistas que no han sabido pelear por su sitio y que han tenido conductas lejos de la altura que se le exige a un represente de los trabajadores.

Al final, los sindicatos se acaban convirtiendo en elementos políticos arrojadizos, con muy poco contenido social y salpicados de pequeños (o grandes) escándalos de corrupción. Ya pasó con PSV cuando una panda de listos al albor de unas siglas con tanta tradición como UGT se llevaron crudo un dinero proveniente del esfuerzo ímprobo de miles de trabajadores, y pasa ahora con CCOO, que tiene a María Jesús Paredes (responsable del sector bancario del sindicato) y a su pareja acusados de apropiaciones varias.

El desencanto que le puede producir a un izquierdista el movimiento sindical puede acrecentarse si se comprueba con estupor cómo el secretario general de un sindicato mayoritario, como es el Sr. Fidalgo colabora con FAES, cuna ideológica de la derecha más rancia.

Aseguran por ahí que, a día de hoy, el líder de CCOO habla más con Rajoy que con Zapatero o cualquier otro miembro de la dirección del PSOE. Más leña al fuego del desencanto.

Si estas anomalías ideológicas las colocamos al lado de la labor que los sindicatos hacen a día de hoy en las empresas y comparas su comportamiento con lo ideal de lo que debería ser un instrumento para el trabajador en la constante lucha contra el poder establecido y en toda su capacidad opresor, puede ser que nos asalten muchas dudas y que nos demos cuenta que en muchos casos el sindicato no es más que un instrumento para numerosas personas de salvar su puesto de trabajo a título personal, dejando de un lado la ideología personal que en muchas de estas ocasiones es la antítesis de lo sindicalmente correcto…

A pesar de todo, larga vida a los sindicatos, tan imprescindibles como mejorables.

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