lunes, marzo 01, 2010

Una huelga de hambre, una vida por algo de publicidad.

En los telediarios, estos días, se han convertido en un clásico las imágenes desde Miami de las manifestaciones de exiliados cubanos desde que falleció Orlando Zapata, la semana pasada. Son numerosas las muestras de dolor, y las declaraciones contra todos los gobiernos occidentales y contra un “presuntamente pactado silencio mundial”, que los exiliados en Florida realizan a las cámaras.

La realidad es que la vida de un hombre, de un disidente, de un presunto preso político cubano se dio en vano, con el único objeto de conseguir unos micrófonos, unas cámaras y un hueco en las mentes del resto del planeta. Es tan impactante como triste.

La apertura de la isla, la libertad en Cuba tiene que llegar, más tarde o más temprano, y la transición va a llegar con los hermanos Castro en el gobierno, así debe pasar, y la aceptación por parte de la comunidad internacional, de la coordinación de este proceso por el actual gobierno cubano, como garante de un cambio político sin que los exiliados tomen el mando desde Miami, con el rencor, los intereses económicos y la tutela de los poderes fácticos estadounidenses por bandera, está en juego por cosas como ésta.

Desde luego que el gobierno de Raúl Castro buscaba un toque de atención para los disidentes y demostrar que la huelga de hambre no es el camino con la no alimentación forzada del preso, pero no puede haber sido más negativa esta imagen para el régimen. Es una pena que no se haya valorado la vida de un adversario político como se merecía y que se haya dejado pasar esta oportunidad de mostrar algo de normalidad en Cuba, algo de raciocinio. Dejar morir a un preso en huelga de hambre es algo que parece de otros tiempos. Es algo tan inhumanitario que es de otra época, quizá de aquella en la que esas cosas podían silenciarse, a pesar del riesgo que una acción reivindicativa como esa implica.

La normalización en Cuba y la permisividad de la comunidad internacional con el régimen, comparten mucha parte del camino, y estas cosas que pasan propias alejan a la isla de esa senda.

El número de presos políticos en Cuba es difuso, pero sí se sabe que desde 2002 hay disidentes presos en Cuba, con su nombre y apellidos y eso no es justo. Tampoco lo es que se le deje morir a uno de ellos, solo porque optó por la huelga de hambre como medio de propaganda.

No podemos seguir equivocándonos todos con Cuba. No puede seguir el Gobierno cubano por esa senda, no se pueden seguir equivocando los presos políticos arriesgando sus vidas de esta forma y no podemos seguir, desde la comunidad internacional tapándole las vergüenzas al régimen amparados en el romanticismo ideológico.

Todos tenemos que tener las cosas claras. Debemos saber sin ambages lo que le conviene a la isla y declararlo con un poco de perspectiva. A nada ayudan muertes como la de Zapata, ni a la normalización, ni a nuestras conciencias.

 

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